█ I Simposio Internacional de Estudios Visuales, Producción como Investigación
I Simposio Internacional de Estudios Visuales, Producción como Investigación (Teatro del Centro de las Artes - Abril del 2006) "El Objeto Arqueológico" “Quiero el mejor ejemplar. El único ejemplar. El ejemplar más caro. Quiero «Chamber Music» de James Joyce. […] Quiero el ejemplar más antiguo que se haya conservado. Quiero un ejemplar tan raro que hasta ahora nadie había osado soñar con él. Quiero el ejemplar que sueña”¹ Richard Prince Desde el vacío de aquel terreno basto y desolado, ese mismo lugar conocido como el desierto de Gobi en Mongolia, desde esa aparente nada en el año de 1922, Roy Chapman Andrews empieza a descubrir entre la arena rojiza huellas, rastros e impresiones que poco a poco irán construyendo su discurso. Anteriormente solo se sospechaba que los dinosaurios al igual que otros reptiles ponían huevos. Ya en el libro Sobre el Origen de las Especies de Darwin es el objeto una entidad inestable, una entidad no estática que diariamente muta, cambia, se transforma, se duplica, crea isomorfismos, se divide, se reagrupa, se desplaza, vuela, nada, camina, repta, flota, escapa, se oculta. Una entidad que evoluciona indefinidamente sin aparente razón alguna, simplemente la de ser. Algo que solo vive, desea conservarse y prosperar en un universo pulsante. Huevo, larva, pupa, adulto. Como si el objeto mismo logrará escapar a las leyes propias de hombres y dioses. Algo que necesita constantemente ser observado, estudiado, medido, pesado, clasificado, catalogado, atrapado, amarrado y apresado. Incesante y constantemente en un monstruoso catalogo sin fin. Tal como escribe Jung en su libro Psicología y Alquimia: “Cierto es que los trabajos que realizaban con la materia (los alquimistas) representaban un serio intento de penetrar la esencia de las transformaciones químicas, pero al mismo tiempo –y esto frecuentemente en medida preponderante- era también la representación de un proceso psíquico de curso paralelo que podía proyectarse a la química desconocida de la materia. Y lo que se expresa en el simbolismo alquímico es el problema del proceso del devenir de la personalidad, esto es, del proceso de individualización”. Tal vez, ahora gracias a Jung, comprendemos mejor los procesos alquímicos, cuyo valor real está en la condición de cuadro psicológico, en la noción de ser como algo cambiante, en interminable metamorfosis. Fue en 1861 cuando se descubrió en un pizarral de Langenaltheim, Baviera, un extraño animal que hubiese sido clasificado como reptil de no ser por la inconfundible huella de sus plumas. Debido a la impresión que dejo este animal de su cuerpo en la roca se le denomino con el nombre de Archaeopteryx lithographica. El Archaeopteryx con su cabeza semejante a la de un lagarto, mandíbulas dentadas, una cola exigua, provista de varias vertebras móviles a modo del esqueleto de un reptil, y con los huesos de las alas terminados en tres dedos, delgados, sueltos, en forma de garra característica que actualmente solo es encontrada en las crías del hoazín. El Archaeopteryx era en si un “reptil glorificado” tal como describiera a las aves T. H. Huxley hace más de un siglo. En su rigor morti este archaeopterix pareciera estar realizando un aleteo estático y eterno, un aleteo inerte de ese instante evolutivo entre reptiles y aves. Ese instante entre las extremidades de cinco dedos o pentadáctilas de los reptiles y las alas de las aves, las cuales han perdido el cuarto y el quinto, el segundo y el tercero sustentan las plumas de vuelo y el “pulgar” forma la pequeña “ala bastarda”. Son precisamente instantes, acciones entre el caminar y el volar las que describe el artista belga Panamarenko. De acuerdo con el diccionario Oxford, la palabra “instantánea” se uso por primera vez en 1808 por un deportista inglés llamado Sir Andrew Hawker. El escribió que a todos los pájaros les disparó ese día de manera “instantánea” que significa un disparo rápido, un reflejo en el acto. En sí la palabra “instantánea” fue un término utilizado en la caza. Sin embargo no deja de ser solo una huella de algún momento en el tiempo, ajeno al tiempo de vida del hombre. Então ele, estendendo a mão calosa e tosca. Afeita a só carpintejar, Com um gesto pegou na fulgurante mosca, Curioso de a examinar. Quis vê-la, quis saber a causa do mistério. E, fechando-a na mão, sorriu De contente, ao pensar que ali tinha um império, E para casa se partiu. Alvoroçado chega, examina, e parece Que se houve nessa ocupação Miudamente, como um homem que quisesse Dissecar a sua ilusão. Dissecou-a, a tal ponto, e com tal arte, que ela, Rota, baça, nojenta, vil Sucumbiu; e com isto esvaiu-se-lhe aquela Visão fantástica e sutil. Entonces él, extendiendo la mano callosa y gruesa. Acostumbrada solo a cortar la madera, con un movimiento cogio a la fulgurante mosca curioso de examinarla. Deseó verla, deseó saber la causa del misterio. Y encerrándola en su mano, sonrió de alegría, al pensar que allí tenía un imperio, y para su casa partio. Emocionado llega, examina, y parece que era tenido en esta ocupación de Minuciosamente, como un hombre que quisiese Disecar su ilusión. La diseco, a tal punto, y con tal arte, que ella, rota, palida, asquerosa, vil; Sucumbio, e con esto se esfumo aquella visión fantástica y sutil Machado de Assís De la película de Alice de Jan Svankmajer, en ese descenso oscuro y profano, detrás ese cuarto en penumbra, tras esa vieja estantería atiborrada de frascos de formol marrón aparece una edificación llena de puertas, cámaras, bóvedas, vestíbulos, pasillos, corredores, pasadizos, plazas, túneles, bodegas, escaleras, muros, columnas y pórticos. Fue en 1922 cuando el arqueólogo inglés Howard Carter, después de seis años de arduas excavaciones por fin logra desenterrar la puerta de la tumba de Tutankhamón en el Valle de los Reyes. Carter tardó ocho años más en sacar, catalogar y restaurar cuidadosamente más de 2,000 objetos encontrados en la tumba. Es ese inmenso catalogo que trata de ensayar sobre la vida y darle a esta un carácter objetivo, transforma lo salvaje en noble para connotar nuestra propia consciencia. Elabora tratados para dejar al objeto sin ocultamientos, un medio pornográfico de los sequiturs. Algo que se trata de recuperar del olvido, ese vasto terreno pantanoso del discurso humano. Nada se puede pasar por alto, un pequeño rastro de hoja, una delicada ala de mosca impresa en el fango, un soplo conservado en el ámbar. Y tras los bosquejos de rostro, piel, expresiones, manos, ojos, arrugas elaborados en base a carbón sobre pergamino. Tras cada letra, palabra, termino de los ensayos médicos, biológicos o arqueológicos. Tras el negativo de las radiografías, los sondeos, los escaneos virtuales y las muestras corporales. Tras el color monocromático de la visiones de los supermacroscopios. Tras esa pequeña oveja blanca llamada Dolly. Tras cada palmo de piel disecada, tras el formol, los ojos de vidrio y ese cuerpo de carne trémula, ese cuerpo frío, endeble, débil, frágil, inerte, vil, profano, estático existe un recuerdo, una sombra, una huella, un soplo, un aliento, un dialogo con el pasado, un objeto que ha pasado de la vida a un estado enteramente de representación. Una doble faz, se encuentra la muerte. En la Elegía 19, A su amada, al acostarse de John Donne confronta a lector con uno de los conceptos que evoca al hombre moderno: si las almas sin los cuerpos llegan a sus plenitudes, solamente los cuerpos sin las ropas pueden lograr las suyas. Para el hombre de la primera modernidad el mundo es un lugar que necesita ser develado. Más allá de los mares existen tierras no descubiertas, más allá de las nubes existen estrellas y mundos que esperan ser alcanzados, más allá de la mirada del hombre moderno surgía un lugar de parajes virginales y criaturas salvajes, un lugar que se ocultaba en una serie de máscaras, la verdad aparece disfrazada en una serie de pliegues. La modernidad se construye a partir de una doble faz, como define Roger Bartra: El noble salvaje es fruto del doble lenguaje […] El verdadero hombre salvaje sólo aparece allí donde la civilización ordena artificialmente a la naturaleza. Es el hombre salvaje el que mide, clasifica y cataloga la naturaleza salvaje de su alrededor. El objeto necesita ser liberado, separado, aislado para alcanzar sus mayores virtudes. Subsecuentemente se crearan templos de la verdad y se proyectaran instituciones. De Naqoyqatsi. La torre de Babel aparece ante nuestros ojos, en su forma colosal e imponente, traspasa nubes, se cierne sobre el cielo. Y en un monumental despliegue de rampas, arcos, columnas la gente se pierde y se encuentra. Es esta la misma edificación moderna; ahora desnuda, vacía, hueca, profanada, abandonada como aquella mosca azul que guardaba en sus alas la visión de un imperio. Las voces han sido suplantadas por ecos y los fantasmas del pasado la reclaman como recuerdo. Es esta la misma edificación que antes se alzaba al cielo y ahora cede ante tempestuosas profundidades románticas de las que surgió. Y un nuevo mundo se ha construido, un mundo que gira al borde del vértigo, que vive fuera de axis. Un mundo que se pliega sobre si mismo indefinidamente, un mundo donde los límites entre lo imaginario y lo real se pierden. Un mundo donde las personas se desvanecen en sus propias huellas, donde desaparecen entre una serie de signos extraños y alienados, donde los objetos adquieren nuestras cualidades. Un mundo donde la metáfora de la torre de Babilonia concluye ante nuestra mirada. En la Elegía 9, La Otoñal, Donne logra hacer en reclamación prematura a la modernidad: Mas no nombréis los rostros del invierno, cuyas pieles son laxas,/ vacíos, como una bolsa exhausta, meros sacos de alma;/ cuyos ojos procuran la luz dentro, porque allí todo es sombra;/ cuyas bocas son pozos, abiertos por el uso, más bien que hechos;/ cuyos dientes ya se diseminaron por diversos parajes/ para contrariedad de sus almas en la Resurrección. A principios del Eoceno algunos mamíferos herbívoros de gran tamaño llamados uintateres empezaron a explorar nuevas formas, sus cabezas se adornaban de crestas y cuernos romos, y de sus bocas en algunos casos sobresalían enormes colmillos. El uinthatherium, el eobasileus, el dinoceras, entre otros parecían recordar de cierta forma características que no se habían visto durante 155 millones de años. Formas que varios terápsidos herbívoros como el estemmenosuchus, y el lystrosaurus mostraban durante el pérmico tardío y el triásico temprano. De igual manera los dientes de sable permanecen como una forma latente entre los mamíferos carnívoros. El thylacosmilus, el machaeroides, el hoplophoneus y el smilodon solo representan algunos ejemplos de especies que convergieron en un mismo nicho común. Como si la misma naturaleza guardara su propia memoria, muy por debajo de lo visible, ocultándola parcialmente ante nuestros ojos. En un sentido casi metafísico Bob Baker propone grados evolutivos(?) para diferentes géneros, postrando la evolución en un nivel más allá de la casualidad y actos de prueba y error.
Samuel Ayala Lozano
Comentarios
Publicar un comentario